Doce indeseables by José Luis Martín Vigil

Doce indeseables by José Luis Martín Vigil

autor:José Luis Martín Vigil [Martín Vigil, José Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1981-01-01T00:00:00+00:00


11. EN CUARENTENA

A LA mañana siguiente, 4 de agosto, la tripulación durmió hasta el mediodía sin que nadie la inquietara. Mejor cogerlos descansados, pensaba Germán mientras velaba en cubierta el sueño profundo de sus chicos. Había ido con un taxi a comprar pan, huevos, leche y verduras. Si no se equivocaba, tendrían hambre al despertar, salvo que la sorpresa les quitara el apetito. Era el momento de dar una lección.

Pasada ya la una, bajó a la cámara con la corneta de niebla, que funcionaba a gas y que hizo sonar de proa a popa como si se tratara de un despertador de cíclopes. Y, en efecto, nadie se resistió. En diez segundos, todo el mundo estaba incorporado tapándose los oídos con las manos.

—¿Qué pasa?

Era la pregunta en que las voces coincidían.

—¡Nos vamos!

—¿Cómo que nos vamos?

Jorge fue el primero en hacerse cargo.

—¿Adónde nos vamos? —preguntó Cuco afinando más.

—A la mar, naturalmente.

—¡Pero si sólo llevamos tres días en Ibiza! —saltó Marc.

—Con sus noches. Y es más que suficiente.

Sin atender a más preguntas y dejándolos sentados en sus literas, Germán subió a cubierta y puso el motor en marcha. Con ayuda de un marinero del Club soltó las amarras de popa y con la maquinilla recobró el ancla de proa. Puesto que previamente se había ocupado de plegar el toldo sin ayuda de nadie, el Aquilón estaba en condiciones de emprender la singladura. Dio avante suave y enfiló la estrecha bocana que se abría a mar abierta. Viendo que Nacho aparecía por el tambucho —el único que lo hizo de momento—, le entregó la rueda del timón y le indicó el rumbo para la isla de Ahorcados, a fin de cruzar los Freus, o estrechos que separan la cadena de escollos que va hasta Formentera.

—Hay un par de farolas. Pasaremos entre ellas.

El chico tomó su puesto, imperturbable, y luego dijo:

—Abajo hay mar de fondo.

—Pues aquí fuera es bonancible, ya lo ves.

Sin más comentarios se dedicó a izar un génova ligero, la mayor y la mesana. Había pensado ir a motor; pero decidió que era preferible demostrar a los malhumorados tripulantes que podía prescindir de ellos y hacer andar el barco en solitario. Lo apagó, pues, haciéndose ese silencio grato tan sólo festoneado por los ruidos naturales del agua lamiendo los costados, porque la suave brisa que llenaba las velas ni se dejaba oír. Volvió a sentarse junto a Nacho y se dedicó con calma a rellenar la pipa. La cara del muchacho, cubierta su natural y tersa palidez por un moreno saludable, sonreía enigmática. Germán, cuyo ajetreo por la cubierta le había alegrado el ánimo, dijo mirándole:

—¿Y tú de qué te ríes?

El chico, sin apartar los ojos del horizonte, replicó complacido:

—No les teme, ¿verdad?

—¿Tendría que hacerlo? Mira, Nacho, esto no es el colegio; esto es un barco. Yo sé muy bien cuándo soy sólo un profesor y cuándo un capitán a bordo de su nave, ¿comprendes?

Por su mente pasaban mil momentos difíciles vividos en los mares más exóticos, debiendo tener a raya una



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